Wednesday, August 23, 2006

Ravel

Ravel es un músico menor. El público menos aficionado suele considerarle como un músico de música “ligera”. Un compositor de boleros. El público con mayores conocimientos lo considera un gran virtuoso. Un relojero suizo de la composición.

Pero si buceamos en la música del maestro francés (tarea que no conlleva muchas dificultades pues existen gran cantidad de grabaciones de sus obras) nos encontramos con un tesoro repleto de belleza. Un enorme jardín de flores.

Entonces, siendo un compositor “fácil” de escuchar todavía sigue siendo un músico “incomprendido”.

No resiste la comparación con su hermano mayor, Debussy. El descomunal parisino fue capaz de hacer girar las enormes ruedas de la música. Al elegante vasco solo le interesaban los pequeños mecanismos del sonido. Mientras todos se esforzaban en cavar, Ravel plantaba sus flores. Su música, pues, está repleta de belleza.

La belleza es casi hiriente. Llena de espinas. La combinación entre la perfección técnica y la exquisitez francesa es como un puñal que se introduce en nosotros y nos deja sin respiración.

Ravel es un maestro de las pequeñas cosas, los detalles. Sus melodías, siempre elegantes, son sinuosas y encajan perfectamente con el virtuosismo de sus acompañamientos.

El mundo de Ravel es el mundo de lo brumoso, lo poético, lo sugerido. En ocasiones sus temas son pocas notas que se mezclan en unas armonías muy reconocibles. Unas impresiones de la realidad que Ravel siempre busca mediante combinaciones de sonidos que le “gusten”, por eso la belleza es una característica fundamental en su música. La belleza de la belleza.

La música de Ravel suele ser tan bella que está demasiado afilada. Penetra y nos abre en canal. Va más allá de la magia del virtuoso. Los adornos están muy trabajados. Ravel “pule” su música. La afila y entra fácilmente. Pero, estas aristas, no hacen que el camino de sus melodías sea intrincado. Las pinceladas forman un todo muy fluido. Son flores en el camino que lo resaltan. Lo embellecen. Otros prefieren que sus melodías sean más nítidas. Ravel las adorna con colores.