Friday, August 25, 2006

El Silencio

En general, la convención es que, como decía Schoenberg, el material de la música es el sonido. Aunque algunos incorporan el ruido. Otros, solo utilizan este último. Y, algunos, incluso, los confunden. John Cage dice: "El material de la música es el sonido y el silencio".

Esto nos remite a una imagen idealista del compositor. En su torre de marfil rasga con los sonidos el silencio puro para crear la forma. De la nada obtiene, como los magos, la belleza. La música genera el contraste entre silencio y no-silencio. El silencio es lo vacío, y la música es lo lleno.

Pero, desgraciadamente, el silencio puro no existe. Así que nos toca bajar de la torre y dejar de ser dioses para empezar a crear la música terrenal. Aquí abajo no hay nada que rasgar, pues ya está rasgado. No hay nada que llenar, pues ya lo está. La música no representa la estilización formal frente al vacío de formas. La música no rompe el silencio, se mete en él. Y el silencio imperfecto se mete en la música.

Empezamos a alejarnos del lado idealista de la creación para empezar a ser mortales. Las toses suenan, señores... silencio, por favor.


Wednesday, August 23, 2006

El despertar

Después de rebajar las pretensiones de componer la nueva música del S. XXI nos encontramos ante un escenario más realista. La mente, una vez hechos estos enormes y por otro lado vanos, esfuerzos, se relaja y piensa con mayor claridad. Así es como debemos acometer la tarea propuesta. Esta es la de crear un “corpus” intelectual donde descansen las prácticas de la nueva música.

La mente se relaja y con ello también las pretensiones. Nos ajustamos mejor a nuestros medios y conocemos mejor nuestras capacidades.

El objetivo es componer una música que se adecue a nuestro tiempo. Nuestro tiempo tiene una pesada carga histórica. Pero, sin duda será la música del pasado siglo la que nos sirva como referente inmediato..

Tenemos en cuenta las dos tendencias más significativas de la nueva música del S. XX. (El serialismo integral y la aleatoriedad) junto con el gran desafío de aquel siglo: El timbre.

Las dos tendencias de vanguardia, tan parecidas en su escucha pero tan diferentes en sus postulados, parecen vistas ahora como ingenuas propuestas. Su enorme contribución intelectual representa, quizá, el último intento de ahondar en el control de las alturas y los ritmos de una manera vanguardista.

El timbre continua siendo el desafío. Es el último de los parámetros del sonido que sigue sin ordenar. El compositor no dispone de una forma básica o escala donde agarrarse y se guía “solo” por su instinto. Pero el instinto puede ser un reflejo poderoso del talento y, a menudo, los compositores dejan ver más con su olfato que con su pensamiento.

Pero el timbre, por si solo, se aleja de la música como arte del movimiento y se acerca a las artes plásticas. Para variar el timbre, hay que procesarlo, y para ello debemos “congelar” los otros parámetros del sonido. La música se para y nos convertimos en escultores.

El músico actual, para ello, no debe olvidar las herramientas informáticas. La modificación del timbre es posible, pero el músico debe convertirse en programador y, entonces, cada composición carece de un Standard donde transcribirla. Cada composición tiene su propio lenguaje y, entonces, la grabación es el único medio de dar a conocer la música. La sensación de pintar con los sonidos se acentúa con esta técnica. Se pierde la característica de la música. La de fijar de una manera universal el tiempo en el espacio. Se pierde esa maravillosa convención que es la partitura. La dinámica de componer-escribir-leer-interpretar y escuchar que tantas economías de escala genera, se simplifica. La grabación no deja de ser un cuadro musical…

La nueva música debe poseer tres cualidades: Escritura, modernidad y belleza.

La música debe ser escrita en una partitura. De esta manera se asegura su universalidad. La música, así, se ajusta a una convención que asegura su comprensión. Involucramos de esta manera a más invitados que ayudan a ejecutar las partes que el compositor escribe pero que no sabe leer…

El lenguaje universal nos asegura otra característica importante. La combinatoria.

El continuo sonoro, en la partitura, es separado en diferentes valores discretos. Estos se pueden combinar… pero la escritura representa un problema para la nueva música. El nuevo lenguaje supera los límites de las viejas partituras, pero, a su vez, las nuevas escrituras se convierten en dialectos incomprensibles. Como muchos de ellos, suenan bien, pero no se entienden. El músico se encuentra en la situación de hacerse entender con una música que supera los límites de la convención escrita. Cuando quiere progresar en el lenguaje musical se encuentra con que su música no se puede escribir. Por eso la encierra dentro de una grabación o la mete en una nueva escritura que el ha inventado y que el solo comprende.

Los nuevos músicos deben buscar una escritura común. Tarea, sin duda, más que compleja…

La modernidad se refiere a presente y éste se encarna en el público. Cuando la audiencia escucha la obra se produce el presente, el ahora. La música debe ser escrita para el público del "Hoy". Pero no es una relación de complaciencia con la audiencia. El sonido no solo acaricia también debe "despertar". La gran música debe incomodar al igual que gustar...

La belleza...



El inicio de la música moderna

Designar un momento concreto como la frontera temporal entre un periodo de la historia y otro tiene algo de injusto. Aunque también puede inspirarnos para comprender mejor la evolución de los acontecimientos.

Boulez marcaba el comienzo de la música contemporánea con el principio del “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy. No cabe duda de que la melodía de flauta de este preludio es muy diferente a la música anterior. Su cromatismo nos introduce en el mundo atonal del S. XX. Y su lirismo en el expresionismo post-romántico.

Designar el principio de un preludio que, además, es una melodía para flauta solista como el inicio de la música contemporánea es muy acertado.

La composición de Debussy es de 1894.

Las Gymnopedies de E. Satie (1888), siendo composiciones menores, suponen una propuesta igual de moderna que la de Debussy. El “Preludio” tiene un comienzo espectacular y es de una belleza exacerbada, pero todavía está bajo la influencia de la música de Wagner.

Satie compone una música nueva. De una transparencia y belleza enormes. La búsqueda de la sencillez y sus referencias a la antigüedad, no se pueden tachar de neo-clásicas sino de modernas. Su vista se dirige tan al pasado que casi, podríamos decir, que la mirada hacia atrás se convierte en un paso hacia el futuro. La música de Satie está tan alejada de la música del S. XIX como cercana al mundo del pop.

El cambio no se encuentra tan solo en los valores estrictamente musicales. La actitud de Satie ante la creación también es distinta. Satie compone la música que quiere. El es quien nos hace oír su música. Esta libertad absoluta se posa sobre su música. Es de una belleza total.

Modesto Mussorgsky es un músico muy peculiar. Su música tiene una fuerza irrefrenable. Carece de la sutileza de alguno de sus compatriotas pero lo compensa con un talento bestial. La música de Mussorgsky está hecha con el corazón y sus aristas representan las heridas del artista moderno.

En algún punto entre estos tres compositores y algún otro encontramos el nacimiento de la música contemporánea cuyo apogeo se da en el S. XX. Wagner representa el fin del romanticismo por lo que no puede ser el comienzo de nada. Los grandes representantes de la música moderna Schoemberg, Stravinsky y Bartók son hijos del final del S. XIX por lo que ellos no pueden ser los padres de la música moderna.

Quizá Schoemberg es el que puede estar más cerca del paternalismo de un tipo de música. El dodecafonismo nace de las consecuencias del cromatismo wagneriano. Pero todo el movimiento serialista es un movimiento importante pero “destructor”.

Cuidar, amar ...

El acto musical requiere de cierto mimo. Nosotros, como oyentes, tenemos el deber de cuidar la música para que pueda ser mejor apreciada. La música no solo nos sirve, sino que también nosotros la servimos. Debemos revestirla de dignidad.

Cuidar todos los detalles de la escucha. El silencio, el entorno, la calidad del sonido. Atender al sonido. Amar la música.

Cuidar todos los detalles intelectuales. No banalizar lo trascendente. No elevar lo intrascendente.

Hablar siempre con respeto y escuchar para aprender.

Todo esto no son normas morales. Son pequeños consejos prácticos. Si cuidamos la música, esta suena mejor y sus ecos reverberan en nuestra cabeza. Las ondas nos acompañan por la calle, por las noches en la cama.

No es tan importante el tiempo, sino la calidad del tiempo. La música nos hace tomar consciencia de nuestro tiempo. El valor del tiempo es mayor cuando nosotros le damos valor al tiempo. El tiempo es más valioso si lo llenamos de música y ésta es más valiosa si la escuchamos.

Quedarse quieto y escuchar es una actividad muy complicada. Mis pies quieren andar. ¡No os mováis! ¡Así me distraéis y no puedo seguir el compás! ¿Y como bailaré si no puedo seguir el compás?

El sonido es como el humo del incienso. Se ve poco y se huele mucho. Pero el incienso huele mal en una casa fea.

Escuchar y pensar son dos actividades casi incompatibles. Escuchar y no pensar, esa es la mejor manera de acercarse a la música. Después la cabeza se llena de mariposas.

Nada más comenzar el sonido hay que juzgarlo. Así nos apropiamos de él y él de nosotros.

Amar es una actividad que depende de dos sujetos. Si nosotros amamos no debemos pedir nada a cambio aunque sepamos con certeza que el verdadero amor siempre es correspondido. Aquí se encierra una paradoja.

La belleza

Uno de los grandes debates musicales ha sido el de conjugar música con belleza. La música es un arte basado en el sonido. Para ser comprendido, se utilizan las matemáticas. Con ellas se puede dividir la altura y la longitud. Así se pueden combinar los diferentes sonidos de forma objetiva. La belleza no es algo estrictamente objetivo, por eso su inclusión a la hora de apreciar la música no resulta fácil.

Los elementos por los que se juzga una obra musical, su calidad, son objetivos y mensurables. Son el resultado de la mejor o peor combinación de estos elementos numéricos. Esta combinatoria crea una estética propia. La estética de lo complejo. Bach compone una música compleja y transparente a la vez. El oyente, sin necesidad de análisis teórico, percibe este orden supremo. Este florecer de formas que nacen de las formas. Este contrapunto de vuelos melódicos engendra su propia belleza. Bach ha encontrado “lo bello” en esta técnica compleja. No hay referencias musicales ya que Bach está creando una música. Hay un punto de partida. Con Bach, la música nace. Bach descubre la belleza de lo abstracto pues su música no hace referencia a otras músicas, es música pura.

Otro manera de incluir la belleza en la música es haciendo referencias musicales. El discurso musical ha ido conformando un lenguaje cuyos códigos sirven de referencia para el autor y para el público. Estos códigos, que pueden ser acordes, melodías, ritmos, dinámicas, motivos, timbres, crean una estética propia. “Lo bello” aparece por referencia. Es un recuerdo que el músico rescata e integra en la obra. Debussy, en ocasiones, utiliza la música para describir ciertos fenómenos extra-musicales. Así la armonía que propone da un giro y su funcionalidad se pone en cuestión. Así consigue una evolución en el lenguaje musical.

Podríamos añadir una tercera vía, la belleza del sonido. El sonido es emocionante. Provoca emoción. Esta cualidad se resume en el timbre. La altura, desprovista de su cualidad combinatoria se convierte en timbre. Las determinadas mezclas de timbres generan emoción pura. Takemitsu propone una música donde el timbre es la principal atracción. “Lo bello” aparece como una sensación, como una mezcla de sonidos, determinada disonancia, un arpegio… Los elementos que sirven para analizar una obra musical de estas características son más difusos. Al rescatar elementos utilizados anteriormente la calidad de la obra tendrá más que ver con el gusto que con la técnica. El buen gusto nos guiará hacia lo nuevo. Una combinación de este tipo de referencias cristalizará en la modernidad.

La belleza aparecerá en la música por estas tres vías descritas. La belleza de lo complejo, de la música pura. La belleza de la estética musical y la belleza del sonido.

Entonces, las vías para incorporar la belleza en la nueva música, en la música moderna, deberán tener en cuenta estas tres cualidades del sonido. Su capacidad de crear formas complejas a través de la combinación de sus características. La capacidad de hacer referencia meta-musicales, de utilizar elementos del lenguaje conformado a lo largo del discurso musical y la capacidad emotiva del sonido.

La musica electronica

Dentro de las diferentes categorías en las que podemos dividir la música nos encontramos con la llamada música electrónica. Definición tan difícil de precisar como fácil de entender. Si aceptamos la diferenciación entre instrumentos clásicos y electrónicos podemos acotar mejor el debate pues en esta diferencia está la clave de la discusión.

No hablaré de los medios electrónicos, que se han vuelto fundamentales como herramientas musicales, sino del sonido generado electrónicamente.

Los medios tecnológicos actuales permiten generar sonidos de una perfección mucho mayor que los instrumentos tradicionales. Esta precisión técnica fascina por sus posibilidades. El compositor tiene mucho más control sobre el sonido en la actualidad que en épocas anteriores.

Pero el desarrollo de esta técnica ha seguido caminos extraños. El sonido electrónico tiende a ser cada vez más complejo para poder imitar a los sonidos clásicos. Por lo que nos encontramos con unos sonidos que son imitación de otros cuya regularidad y perfección son mucho menores. Sin embargo no pueden aspirar a igualar la riqueza de sus armónicos. Por ahora, la brillantez de un sonido analógico es mucho mayor que la de un sonido generado por medios electrónicos.

Siendo esta última característica importante, no es lo que sigue haciendo mucho más atractivo el sonido clásico frente al electrónico. Es la falta de regularidad del sonido analógico lo que otorga complejidad a este sonido. Lo hace más sorprendente. En su génesis participa el hombre. Es una parte de nuestro cuerpo la que hace sonar el instrumento. Es una parte física, la mano, la boca, el brazo, los dedos… Estas partes transmiten el “alma” al sonido, y por ahora, las máquinas no tienen alma. Así una sola nota de un violín vale por todas las notas electrónicas.

No se trata de menospreciar los sonidos electrónicos sino de precisar su verdadera función. Sin duda, éstos pueden tener una función en el aprendizaje y en el proceso creativo. Son medios enormemente poderosos para el músico. También deben tener una aplicación artística. Pero esta aplicación debe inspirarse en la capacidad de este sonido de ser absolutamente regular.

La complejidad del sonido analógico viene de su falta de regularidad. Cada instrumento es diferente y produce un sonido diferente. Además, cada sonido de un instrumento es único. Depende del momento, lugar, intérprete. Esta variedad es imbatible.

Los sonidos electrónicos son más regulares y perfectos. En esto no hay quien les gane. Esta característica, la única que el compositor puede explotar, no genera variedad. Al final, los sonidos electrónicos son “demasiado” perfectos y terminan siendo “demasiado” monótonos. No son un buen material artístico para el músico.

La variedad de sonidos electrónicos que imitan a los analógicos es muy amplia, pero son demasiado pobres en armónicos. Si a esta opacidad, añadimos su absoluta regularidad en el ataque, las frecuencias, la caída, podemos decir que la música que generan es simplemente aburrida. Es un sucedáneo de música que solo interesa al músico.

La improvisacion

Dividimos el proceso creativo en dos: Aquel por el que la composición es un proceso intelectual donde el creador se enfrenta a la partitura en blanco y la va rellenando y otro por el que el creador y el intérprete se fusionan en un único sujeto que “improvisa” la composición mientras la interpreta.

El valor de la improvisación radica en haber cuestionado la autoría de la música y en haber redefinido la obra musical. El intérprete que improvisa crea la música en el mismo momento que la interpreta. Además la obra es efímera. La improvisación no se escribe sobre papel.

El músico que improvisa debe tener presente las escalas y los acordes sobre los que basa su improvisación. Estos elementos son sus puntos de apoyo, pero no son la base de su arte. Las escalas y los acordes serán la guía sobre la que el músico se mueve. Cuanto más interiorizados estén estos elementos más seguro avanzará.

El verdadero valor de la improvisación está en el “gesto” musical del intérprete. Su forma de ligar las notas, de atacarlas, frasearlas, soplar, pulsar se convierten en los elementos fundamentales de su música. La delicadeza es fundamental. El gesto del músico se convierte en elegancia. El improvisador es un escultor de lo efímero. El valor que aporta es dar valor al instante. Su gesto… El improvisador es un formador de círculos de humo, bellas formas que desaparecen al instante.

La técnica es fundamental. Tan fundamental para el músico es conocerla como no mostrarla, ya que corre el peligro de convertir la música en un espectáculo de circo. El improvisador no es un malabarista, es un artista.

Recorre las escalas formando formas melódicas al azar. Da pequeños saltos, giros, pasos… Construye armonías moldeando los acordes del tema…

El improvisador se vale de: Su técnica instrumental (Gracias a ella define su gesto, dinámica, ataque, timbre). Utiliza escalas y acordes que le sirven de guía. El ritmo es el vehículo que conduce.

El improvisador es un loco que subido a un vehículo recorre los temas musicales valiéndose de las escalas y los acordes. Es un loco porque gesticula subido a su vehículo, gritando o susurrando escalas y acordes. Los demás le observamos fascinados.

La tecnica musical

Dentro de la labor del compositor, la técnica es un elemento fundamental.

Podemos entender como técnica musical los elementos concretos y únicos que se utilizan para componer música. Aquellos elementos que diferencian la música de otras actividades. Aquellos principios que son característicos del sonido.

Cada actividad creativa demanda unos conocimientos específicos relacionados con el material que se intenta moldear. La técnica está relacionada con el estudio, el entrenamiento y el conocimiento.

Más allá de la técnica encontramos “lo común” a todas las actividades creativas. Este elemento común está relacionado con la inteligencia.

Si queremos moldear un material para crear la forma, unos principios técnicos son indispensables. Dependiendo de nuestra finalidad, podemos tener un mayor o menor conocimiento de estos principios. Si el material es un recipiente donde meter un mensaje superior, la técnica será una mera excusa. Si el material no admite mensaje alguno, los principios de este material serán fundamentales. En este segundo caso se encuentra la música.

A diferencia de otras artes, la música no admite un mensaje. En la música el continente y el contenido se fusionan. El sonido se convierte en lenguaje sin significado.

A pesar de todo esto el mensaje musical existe, pero es de una naturaleza difusa en comparación con el de otros tipos de lenguaje. Por lo que, antes de intentar crear un mensaje, el compositor debe conocer en la mayor medida posible toda la técnica musical. No hará falta ser un virtuoso, pero todo conocimiento ayudará a crear la variedad. Ayudará a conocer todas las posibilidades del sonido. Este conocimiento técnico, junto al instinto artístico y a la reflexión intelectual, será necesario para avanzar en el territorio de lo nuevo. Para crear la nueva música.

El más allá de la música no remite a un significado común sino que nos traslada al terreno de lo trascendente. De esta manera podemos designar el mensaje musical que se esconde tras la técnica. De esta manera los conocimientos técnicos se pliegan ante lo trascendente. Este territorio es el terreno de la belleza. Este es el único modo de explicar como las composiciones técnicamente simples pueden albergar un significado trascendente. Un significado que trasciende los procedimientos técnicos y nos refieren directamente a la belleza. Los compositores que lo consiguen poseen una gran inteligencia y un instinto artístico único. Descubren la belleza del sonido y con ella nos muestran una belleza aún superior. Estos compositores están más allá de los conocimientos concretos. Se saltan esta barrera de lo concreto y apuntan directamente a lo común.

Ravel

Ravel es un músico menor. El público menos aficionado suele considerarle como un músico de música “ligera”. Un compositor de boleros. El público con mayores conocimientos lo considera un gran virtuoso. Un relojero suizo de la composición.

Pero si buceamos en la música del maestro francés (tarea que no conlleva muchas dificultades pues existen gran cantidad de grabaciones de sus obras) nos encontramos con un tesoro repleto de belleza. Un enorme jardín de flores.

Entonces, siendo un compositor “fácil” de escuchar todavía sigue siendo un músico “incomprendido”.

No resiste la comparación con su hermano mayor, Debussy. El descomunal parisino fue capaz de hacer girar las enormes ruedas de la música. Al elegante vasco solo le interesaban los pequeños mecanismos del sonido. Mientras todos se esforzaban en cavar, Ravel plantaba sus flores. Su música, pues, está repleta de belleza.

La belleza es casi hiriente. Llena de espinas. La combinación entre la perfección técnica y la exquisitez francesa es como un puñal que se introduce en nosotros y nos deja sin respiración.

Ravel es un maestro de las pequeñas cosas, los detalles. Sus melodías, siempre elegantes, son sinuosas y encajan perfectamente con el virtuosismo de sus acompañamientos.

El mundo de Ravel es el mundo de lo brumoso, lo poético, lo sugerido. En ocasiones sus temas son pocas notas que se mezclan en unas armonías muy reconocibles. Unas impresiones de la realidad que Ravel siempre busca mediante combinaciones de sonidos que le “gusten”, por eso la belleza es una característica fundamental en su música. La belleza de la belleza.

La música de Ravel suele ser tan bella que está demasiado afilada. Penetra y nos abre en canal. Va más allá de la magia del virtuoso. Los adornos están muy trabajados. Ravel “pule” su música. La afila y entra fácilmente. Pero, estas aristas, no hacen que el camino de sus melodías sea intrincado. Las pinceladas forman un todo muy fluido. Son flores en el camino que lo resaltan. Lo embellecen. Otros prefieren que sus melodías sean más nítidas. Ravel las adorna con colores.

El gesto

La música es una actividad que realizan los hombres. En todos los aspectos está impregnada por lo humano. No se reduce a una combinatoria de elementos matemáticos sino que nace de la voluntad del artista. La música se percibe a través de un gesto musical.

No basta que el lienzo sea maravilloso. El artista debe pintar con elegancia. No solo para ser elegante, sino para impregnar de elegancia al lienzo.

El gesto del músico no es solo físico. Esto corresponde al intérprete. También es intelectual. El gesto del compositor consiste en imprimir lo humano en lo musical.

Pero el gesto musical se percibe desde el gesto físico. Cuando el pianista termina una pieza el sonido no acaba hasta que las manos del intérprete se levantan del teclado. Entonces el público aplaude. Cuando este gesto se traspasa a la partitura la música se perfuma. Y el perfume la realza.

El aprendizaje de la técnica no consiste en depurar el gesto hasta ser elegante, consiste en ser elegante hasta depurar el gesto. Así la formación del músico se comprende desde una formación total del hombre. La técnica musical se percibe desde todos los puntos de vista. El concierto empieza cuando el solista sale al escenario.

Para ser músico no hace falta apretar “fuerte” el piano. No es necesario hacer músculo. Es más músico el que aprende a coger la guitarra que el que la hace sonar “prestísimo”. El instrumento agradece a aquel que lo acaricia. Que suene más o menos rápido es una cuestión de “tempo”.

El gesto del compositor reside en su “olfato” artístico. El compositor husmea el sonido y sabe cual es la mezcla correcta. Esto no depende del conocimiento técnico. El edificio puede ser robusto pero muy feo. Pero la belleza nunca se derrumba.

La música tiende a elevarse hacia las alturas y allí no llegan los hombres. El músico con su gesto agarra el sonido y lo planta en la tierra. La música se hace humana y se toca y suena y huele y se ve. Esto, claro, no gusta a todos, pero no le importa al músico que ha aprendido a saltarse este tipo de juicios.

La envidia

La envidia es uno de los peores venenos musicales. La fascinación por el virtuoso o por el genio hace estragos entre los músicos corrientes. Pero, ¿tiene envidia un árbol de otro árbol? En ocasiones la envidia puede llevar al suicidio musical. Por muy buenos que seamos siempre hay alguien mejor. Por eso este no es el territorio de los mediocres sino que la envidia es un veneno universal.

Esta visión de las obras musicales puede ser devastadora. Cuando nos comparamos con otro peor nos sentimos bien. (Pero esto no es más que autocomplacencia) y cuando nos comparamos con otro mejor nos sentimos mal (Aunque no sea más que masoquismo). Por eso las obras musicales están más allá del propio autor. Son como los árboles del bosque. Son autónomos. Y por muchos que halla siempre hay espacio para todos.

Las obras musicales deben tener su forma. Deben ser reconocibles. Deben ser música. Una vez conseguido esto, pasan a ser miembros de la comunidad musical. Proporcionan la variedad. Cuando un árbol nace torcido, o cuando se seca no llega a ser árbol. Pero para un árbol no hay muchos problemas. Casi todos llegan a serlo. No parecen muy preocupados por sus diferencias ni sus semejanzas. Todos juntos forman el bosque.

La fascinación por lo virtuoso es un sentimiento natural en el hombre. Casi un método de aprendizaje. Pero no debe pasar de una vacuna contra la pereza. Un sentimiento que nos impida el decaimiento. Cuando escuchamos buena música la curiosidad es irresistible. Además del disfrute hay un cierto acicate. El cerebro se pone en marcha y la música brota.

Pero esta fascinación nunca debe convertirnos en músicos “malogrados”. Ese es el peor de los sentimientos. Pasar de la admiración a la envidia.

El virtuosismo es uno de los caminos musicales posibles. Pero no conviene andarlo en solitario porque no lleva a ningún lugar. Los buenos compositores pueden estilizar su música con una elaboración técnica de proporciones gigantescas. Es una manera de poner el nivel de exigencia muy alto. Así se depura lo mediocre y solo llega al final lo mejor. Los esfuerzos titánicos del virtuoso se miran con admiración, más cuando la música, además, es buena. El genio no sólo tiene un talento genial. También hace verdaderos esfuerzos intelectuales para revestir este talento de un nivel de exigencia sin límites. Así depura su música.

Hay algunas mariposas que no sólo tienen éxito en su camuflaje. También parecen caprichosas criaturas que se han revestido de las más bellas y complejas formas para no ser vistas. El virtuoso no enseña su prodigiosa técnica. La esconde. Si no se convierte en un farsante.

Pero este camino no es el único. Algunos compositores no revisten sus composiciones de filigranas y cabriolas. Les interesa otro tipo de exigencia. La de lo verdadero. En su música late un corazón poderoso, pero su latido es muy sencillo. Sus composiciones no fascinan por lo que pueda haber de juego malabar sino por la poderosa veracidad de su discurso. En este tipo de obras el virtuosismo, como propuesta, no tiene cabida. Puede que haya pasajes difíciles y exigentes pero son una simple consecuencia del devenir musical. Puede que algunos momentos sean de una simplicidad inquietante. Más aún cuando desciframos el código escrito, la partitura. Es en esos momentos cuando se descubre el genio. Aquel que con un simple trazo dibuja la música mejor que cualquier instrumento de precisión.

En definitiva, la envidia es un veneno. Su antídoto se encuentra en el discurso de cada uno. Asumir que la música es externa y, que después de cumplir unas ciertas exigencias mínimas, (las que hacen al árbol ser un árbol), se convierte en parte del bosque musical.