Polaridad
La música representa un campo de fuerzas. Los sonidos pugnan por imponerse los unos sobre los otros y el sonido vencedor hace que los demás se plieguen y se afinen en torno suyo. El rey es la tónica y sus subditos conforman la tonalidad.
Así, la música eleva a la máxima categoría al primer sonido y cualquier cambio posterior de tono representa la lucha. Este primer sonido impone su afinación interna al resto y hace que estos sean proporcionales con respecto a él. La labor del compositor es afirmar o rebatir este sistema de proporciones.
El oído aprende y es capaz de seguir profundizando en el sonido. Poco a poco va descubriendo mayores riquezas en él. Así se amplía la afinación interna del tono.
El territorio de la tonalidad se hace más grande y la lucha es cada vez mayor. Ya no existe un único tono fundamental sino que los sonidos se mueven por un terreno mayor donde cualquiera de ellos puede erigirse como un rey en su reino. Se crean diversos polos de atracción. Ya no hay una tónica ni una tonalidad, ahora hay varias tónicas y la tonalidad se convierte en polaridad.
El sistema armónico funcional ha desarrollado todas las posibilidades de la escala diatónica. Ha probado todas las relaciones de los tonos que la conforman. Al principio las relaciones eran menores. Un tono contra otro. La modulación era lenta, quizá para que el oído fuera asimilando los cambios de afinación. Con el paso del tiempo las modulaciones se hacen más rápidas. El oído se va acostumbrando a estos cambios que acaban conformando una nueva tonalidad. Una especie de pantonalidad que contiene todas las relaciones posibles.
Las modulaciones, que en principio se componen como grandes puentes que unen territorios extraños, se convierten en pequeñas bisagras que sirven para distinguir estancias muy cercanas. Pasamos de una otra cada vez más rapido.
Esta globalización de las afinaciones ha hecho estallar las costuras de la escala. Ahora el oído, cansado, se fija en otras cualidades del sonido. ¿Donde están los tesoros?
Así, la música eleva a la máxima categoría al primer sonido y cualquier cambio posterior de tono representa la lucha. Este primer sonido impone su afinación interna al resto y hace que estos sean proporcionales con respecto a él. La labor del compositor es afirmar o rebatir este sistema de proporciones.
El oído aprende y es capaz de seguir profundizando en el sonido. Poco a poco va descubriendo mayores riquezas en él. Así se amplía la afinación interna del tono.
El territorio de la tonalidad se hace más grande y la lucha es cada vez mayor. Ya no existe un único tono fundamental sino que los sonidos se mueven por un terreno mayor donde cualquiera de ellos puede erigirse como un rey en su reino. Se crean diversos polos de atracción. Ya no hay una tónica ni una tonalidad, ahora hay varias tónicas y la tonalidad se convierte en polaridad.
El sistema armónico funcional ha desarrollado todas las posibilidades de la escala diatónica. Ha probado todas las relaciones de los tonos que la conforman. Al principio las relaciones eran menores. Un tono contra otro. La modulación era lenta, quizá para que el oído fuera asimilando los cambios de afinación. Con el paso del tiempo las modulaciones se hacen más rápidas. El oído se va acostumbrando a estos cambios que acaban conformando una nueva tonalidad. Una especie de pantonalidad que contiene todas las relaciones posibles.
Las modulaciones, que en principio se componen como grandes puentes que unen territorios extraños, se convierten en pequeñas bisagras que sirven para distinguir estancias muy cercanas. Pasamos de una otra cada vez más rapido.
Esta globalización de las afinaciones ha hecho estallar las costuras de la escala. Ahora el oído, cansado, se fija en otras cualidades del sonido. ¿Donde están los tesoros?