Sin concesiones
Los paseantes de la gran ciudad pueden contemplar a multitud de músicos callejeros tocando por las calles con mayor o menor fortuna.
Acompañados de los últimos cachibaches tecnológicos suelen interpretar alguna tonada del repertorio más común, desde melodías clásicas, pasando por músicas de países exóticos y acabando en la versión de algún éxito popular. Su objetivo es el reconocimiento por parte del público. Un vínculo inmediato que se vea reflejado en forma de recompensa económica.
La calidad, como en todo fenómeno de masas, suele ser muy escasa. Lo que, en principio, está enfocado como un objeto para el disfrute del público se convierte en una forma de chantaje. Si no pagas seguirán tocando.
Pero, claro, existe un pequeño porcentaje de calidad e interés y, en ocasiones, se halla en el lugar más sorprendente.
A principios del verano, en la plaza más céntrica de nuestra ciudad, un grupo de músicos callejeros tocaban unas animadas melodías. Sus semblantes delataban a unos extranjeros de origen gitano, quizá del este de Europa. El conjunto lo formaban percusión, contrabajo, acordeón, clarinete y saxofón. De aspecto rudo, podrían haber cambiado sus instrumentos por otros más adecuados para sus "malas artes", y hubieran pasado desapercibidos. La música que interpretaban no se ajustaba a ninguna clasificación concreta. Era una especie de jazz ligero. El contrabajista recorría con sus manos de albañil las cuerdas del instrumento con sorprendente habilidad. El clarinetista rellenaba con pequeñas figuras los huecos que el "solo" dejaba y, mientras tanto, chascaba sus dedos y animaba al resto del grupo. La percusión y el acordeón eran interpretados con destreza. Parecían tocar para si mismos. Una especie de alegría los invadía y los aislaba del público.
El mejor de todos era el saxofón. Con gafas de sol de hace dos décadas, bajito, de tez oscura y complexión fuerte, se asemejaba más a un camorrista napolitano que a un músico callejero. Cuando le dejaban tocar, encendía las notas del saxo que ardían con inusitada fuerza. Su repertorio era amplio. Nada de 5 notas hacia arriba y hacia abajo. Percutía la boquilla distorsionando el timbre, hacía pequeños glissandi, utilizaba las dinámicas. Era un diablillo calentando la tarde del verano. Acompañaba su interpretación con un gesto rígido, casi agarrotado de sus miembros que le daba una imagen de tipo duro. Nada de manierismos, ni blandenguerías. Este tío tocaba el saxo como quien te clava una navaja. Sin concesiones.