Tuesday, August 07, 2007

Schoenberg, Berg & Webern



Asistimos, espectantes, al concierto-conferencia del pasado 13 de junio (exposición de José Luis Téllez) dedicado a los tres maestros vieneses. Para no repetir lo allí expuesto (magnificamente, por cierto) intentaremos esbozar algunas ideas sobre lo común y lo diferente en estos tres grandes músicos.

Schoenberg fue un maestro de maestros. Numerosos compositores de la época fueron alumnos suyos, pero el caso más curioso reside en Berg y Webern que contactaron con el maestro gracias al anuncio de un periódico. Tal casualidad ha conformado uno de los grupos más influyentes del S. XX.

Schoenberg es el padre espiritual de los otros dos miembros del "grupo". Como maestro poseía la lucidez y la consciencia. El don de la explicación y la inquietud de la investigación. Es posible decir que es más importante en su labor como teórico que como compositor. Su coherencia musical es muy pocas veces rebasada (uno de los ejemplos lo pudimos escuchar en el concierto, las "seis pequeñas piezas para piano op. 19") Allí su dialéctica racional es transformada en un anhelo poético de enorme fuerza. Schoenberg, en esos momentos, tiene una gran nostalgia de las formas pasadas. Pero este lirismo exacerbado y contenido no es la tónica de la música del maestro cuya racionalidad está fuera de dudas.

Sin embargo, en Berg no residen estas pequeñas "contradicciones". Como discípulo de Schoenberg, adopta su sistema racional de composición pero como músico posee el don de la belleza. Toda la música de Berg está impregnada de enorme lirismo. Allí se conjugan estos dos elementos, belleza y coherencia, con total naturalidad. Las melodías de Berg, perfectamente atonales, destilan la belleza de lo misteriosamente bello. Su música es lírica y poética por naturaleza, es irremediablemente hermosa y coherente. Sin saber muy bien la razón, este sentimiento aparece brillante como un sol. Berg es, quizás, el músico de mayor talento del "grupo". Impregna su música con la belleza de lo humano lo que hace que las formas del dodecafonismo adquieran una extraña cercanía para los hombres. Esto quedó de manifiesto con la brillante exposición de las cuatro piezas para clarinete y piano op. 5.

Y por último, Webern. Sus composiciones son duras como el acero y frágiles como el aire. Webern vuela por encima de sus compañeros como una paloma más allá de todo juicio. Su música es de una coherencia extrema y su escucha, aún sin comprender absolutamente nada de lo percibido, nos adentra en el territorio de lo verdadero. Las composiciones de Webern son abstractas más allá de la abstracción. Su audición es compleja pues nada tiene el oyente donde agarrase. Obliga al abandono de los prejuicios para hacer un dificil ejercicio de no-comprensión. Pero es el más coherente de los tres. Una nota representa toda una melodía y cinco una sinfonía completa. Esta búsqueda esencial le lleva a componer piezas, generalmente muy cortas. (J.L. Téllez nos recuerda que toda su obra dura apenás 3 horas). Webern apunta a lo pequeño, a lo cuántico. En lo pequeño, en lo inexistente, el músico busca la forma. Una forma autoexplicable, una forma en si misma más allá de los juicios. Un buen ejemplo fueron las "tres piezas para violonchelo y piano op. 11", algunas de éstas de escasos segundos de duración.

Fantástico el concierto y fantástica la exposición de José Luis Téllez.